El sistema aduanero en Venezuela
El sistema aduanero venezolano viene arrastrando desde hace casi un siglo instituciones nacidas a la sombra de un País rural, donde caudillos y gobiernos se mantenían trenzados en una inacabable batalla de supervivencia. Era la Venezuela del café y del añil, del cacao y del cuero, así como de un Estado pobre e inestable, urgido de rentas y cauteloso ante aventuras militares, necesitadas de armas para asaltar el poder.
En esa Venezuela rural, las aduanas cumplían dos fines fundamentales: la recaudación de la renta y la de vigilancia, para que los enemigos del gobierno no introdujeran armas para alimentar las montoneras que atentaban contra el poder constituido.
En las profundidades de la historia criolla se consiguen los dos elementos que informan las aduanas de hoy: la fiscalidad y la politización.
La primera hace que su eficacia se mida en términos monetarios, desdeñando otros baremos más propios de la aduana moderna (control, legalidad, velocidad de respuesta, honestidad, entre otros). Politización, no en términos de ejecución de políticas de Estado con respecto al comercio internacional, sino como medio de alimentar el clientelismo partidista y auxiliar amigos y compañeros con estrecheces económicas.
Mantenernos sumidos en el charco de los atavismos es absolutamente irresponsable; un Estado moderno requiere de aduanas modernas, no solo por la novedad de sus equipos e instalaciones sino, fundamentalmente, por los principios que las informen y determinen.
La aduana que un país necesita debe ser autónoma, tanto desde el punto de vista de su legislación como de su ubicación en la estructura del Estado.
Un Código Orgánico Aduanero es menester, para desbrozarla de ilegalidades y colisiones constitucionales y dotarla de certeza y estabilidad jurídica, tan necesarias para el comercio e inversión internacionales.
Es necesaria una Superintendencia Nacional de Aduanas dirigida por expertos en la materia y con una visión clara y concisa de los beneficios que pude aportar el correcto uso de la tecnología. La multiplicidad de aduanas principales y subalternas no se justica, cuando las comunicaciones han convertido al mundo en un pañuelo.
Una aduana central y única, con agencias y sucursales al estilo bancario, aumentaría el control hasta el infinito y acabaría con la multiplicidad y diversidad de trámites, tan proclives a las corruptelas y desmanes.
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